lunes, 25 de mayo de 2015

Del llanto.

Tiempo ha escribí De las lágrimas. Luego escribí sobre De la razón de las lágrimas. Hoy les quiero contar Del llanto.

El llanto es la “efusión de lágrimas acompañada frecuentemente de lamentos y sollozos.” Sollozo es la “acción y efecto de sollozar” y sollozar es “respirar de manera profunda y entrecortada a causa del llanto.”

Resulta que ahora que soy padre de La Boronita me es muy frecuente “escuchar” ese sollozo o ese llanto. ¿Por qué entrecomillo la palabra escuchar? Pues porque realmente NO lo escucho. Lo sufro. Lo sufro como asumo cualquier padre sufre cuando escucha su hija llorar. Y es que no es solamente escucharlo… Es presentirlo. Es ese momento en el que su boquita deja de estar acomodada en su posición natural y se arruga un poco. Ese famoso puchero que consiste en todos esos “gestos o movimientos que preceden al llanto, ya verdadero, ya fingido”. Y es que como La Boronita no tiene otra forma de pedir ayuda, ya porque tiene frío, hambre o está sucia, pues no le queda más remedio que llorar.

Ese llanto de mi hija no lo conocía. Pues sí, sí había escuchado a otros bebés llorando, pero no es lo mismo que cuando se trata de mi propia hija. A mi Boronita la escucho llorando y todo en mí cambia. Quisiera poder interpretar lo que quiere decir, porque asumo que cada llanto es un grito infinito al cielo en el que dice que tiene hambre… O en el que articula perfectamente que tiene frío. En fin, enfrentarse a un bebé llorando es como enfrentarse a cualquier cosa que esté descompuesta. Digamos que es lo más cercano a una computadora fallando. Uno sabe que la computadora está mala, pero la computadora no te indica qué le sucede, entonces vos tenés que comenzar con ese famoso güeveo del “troubleshooting”. O sea, prueba y error. Si no es esto es aquello. Y aquí ese mentado “Second level” no es más que un doctor especialista en niños. Aló, Dr, pasa tal cosa… Sí, ya probamos esto y aquello… Ah OK. ¿Así de sencillo? OK. Si vuelve a pasar lo llamamos de nuevo. Sí. Muchas gracias.

Pero bien, ese llanto de bebé yo lo esperaba. Yo sabía que iba a suceder. Yo sabía que a como íbamos a tener noches tranquilas, íbamos a tener otras no tan tranquilas. Lo que no sabía, lo que no pude preveer es el cabrón llanto paterno.

Resulta que la buena Jime me ha hecho llorar TANTAS veces que ya perdí la cuenta. Todo empezó cuando Pri se hizo la prueba de embarazo. En realidad las dos pruebas de embarazo. Lloré al saber que iba a ser padre. Siguió la fiesta del llanto en el primer ultrasonido. Y siguió por los nueve meses con cada cosa que sucedía. Cuando más se manifestó el cabrón llanto fue cuando nos dimos cuenta que el famoso Producto ya no era Producto… Había pasado de un nombre genérico a ser Jimena. En el momento en el que me di cuenta que el producto de la concepción era una ella lloré tres días con sus noches.

El día en el que Jime salió al mundo mi llanto siguió al suyo. Cuando hice las de papá canguro, lloré. Y seguí llorando cuando le vi el pelito parado, cuando le vi la carita, cuando la alcé, cuando la olí, cuando la abracé y un sinfín de cosas que experimenté con ella por primera vez.

He llorado cuando la cobijo pensando en aquellos que no tienen con quien cobijar a sus bebés. He llorado cuando la acuesto en su cuna o en su moisés a sabiendas que algunos no tienen ni lo uno ni lo otro. He llorado cuando le estoy dando chupón con solo pensar en qué haría si no tuviese la dicha de poder alimentarla. He llorado cuando la veo dormidita, quietecita, respirando, toda tranquilita. ¡Qué duro debe de ser ver a un hijo en otra condición opuesta a la descrita! He llorado cuando la visto o cuando la cambio o cuando le pongo crema pensando en todas aquellas personas que no tienen nada de eso. He llorado cuando le he leído pensando en todos aquellos padres que no disfrutan a sus hijos y que no les dedican algunos minutos al día. He llorado cuando va conmigo en el carro y llueve, y me imagino a todas esas personas que tienen que mojarse caminando o en un bus. He llorado al saberme padre y al saber que muchos desearían estar en mi lugar. He llorado por muchas razones. Y no creo que pare de llorar.

¿Por qué les cuento hoy de toda la lloradera? Pues bien, el domingo 10 mayo llevé a Jime por primera vez al Teatro Nacional. Se trataba del IV Concierto de la Temporada Oficial del 2015. ¿Programa? Herra, con su “Poema sinfónico Guanacaste”; Mozart, Concierto para Piano No. 26 y Brahms, con su Sinfonía No. 2. Compré palco y seleccioné los últimos dos asientos para poder salir rápidamente en la eventualidad de que el llanto apareciera. Ni hizo falta. La de Herra la escuchamos bien, ella en su silla y yo en la mía. Durante Mozart la alcé y se durmió en mi hombro. La de Bramhs la escuchó casi completa, casi no porque llorara, pero porque comenzó a hacer bullitas faltando unos cinco o diez minutos para que terminara y me salí al pasillo.

En los tres movimientos de Mozart lloré. Yo no soy muy religioso. No soy muy creyente tampoco. Digamos que soy agnóstico y con eso cerramos esa parte. Rara vez voy a misa y cuando lo hago, es más por un compromiso social que por fervor o amor al rito. Pero cuando se trata de la Sinfónica, soy litúrgico. Tengo mis ritos personales y creo en todos mis dioses paganos. Dioses creadores de conciertos y sinfonías que me han regalado uno de los placeres más bellos… La música. Ese día no entiendo qué me pasó. Ha sido de los momentos más íntimos que he tenido con Jime. Ella y yo solos en un palco del Teatro Nacional. Ella con menos de dos meses y ya asistiendo a su primer concierto.

En 1990 mi papá compró equipo de sonido Sony (en la frontera, evidentemente). Con el equipo compró tres CDs. Luces del alma, de Luis Enrique. Hot Street Salsa, de varios cantantes que no recuerdo ni quiero recordar y Bolero de Ravel. Una vez mi papá me puso Bolero. Le subió el volumen y me dijo que la escuchara. Nunca voy a olvidar ese momento. Yo no podía comprender lo que estaba oyendo. A pesar de que me gustó, no le di seguimiento. Me dediqué a mi etapa “grunge”. ¿Quién quiere a Ravel si tiene a “Stone Temple Pilots” y a “Pearl Jam”?

En el 98 tuve la oportunidad de visitar Italia y tener ese encontronazo cultural y en el 99, asistí por vez primera al Teatro Nacional. No recuerdo cuál concierto, pero sí recuerdo que era en el “gallinero”, que de toda suerte era lo que como estudiante podía pagar. Recuerdo que no terminé de aplaudir al finalizar el concierto para ir a tomar el bus a casa. Recuerdo que los primeros conciertos esa era la dinámica. Tenía que salir apenas terminaba y honrar con aplausos perdidos a mis adorados músicos porque de hacerlo in situ me dejaba el bus. Luego pude “descender” a palco, luego a luneta y luego podía escoger donde quisiera estar.

Esa ida al Teatro fue muy importante. Era un territorio por mí desconocido. Fue descubrir tal vez una de las cosas que más disfruto. Durante años compré la temporada y un tiquete adicional. Creo haber llevado por lo menos a 40 personas a su “primer concierto”. Desdichadamente ese primer concierto probó ser el último, pues a pesar de que todos dijeron haber pasado un rato excepcional, no volví a ver a nadie en otro concierto. Durante años soñé con llevar a mis sobrinitos a su primer concierto. Eso tampoco sucedió nunca. Entonces cuando llevé a mi hija, a mi propia hija, a mi Boronita, a mi Jime, a la Jime de mi corazón por vez primera no pude contener el llanto. Era tal vez uno de esos sueños que no pensé tener, y sin embargo cuando lo pude hacer, tuve la dicha de darme cuenta de que era un sueño hecho realidad. Un sueño sin serlo, porque era una realidad contundente. Era una realidad con un piano de frente. Con sus tres movimientos. Con su olor a Teatro. Con sus sillas. Con sus calor. Con su oscuridad cómplice. Lloré. Lloré durante el Allegro, durante el Larghetto y durante el Allegretto. Lloré mientras aplaudía. Lloro cuando me acuerdo. Lloro por haber tenido la dicha de llevar a mi hija a su primer concierto.


Lloré con la noticia de su venida, con sus pataditas, con el primer avistamiento, con su primer llanto, con todas las cosas que les conté. Es muy posible que siga llorando mi vida entera todas dichas y sus desdichas. Pero ese llanto del Teatro… Ufff… ¡Qué rico me supo!