martes, 30 de septiembre de 2008

Del rocío.

El rocío viene de rociar. Es un vapor que con la frialdad de la noche se condensa en la atmósfera en muy menudas gotas, las cuales aparecen luego sobre la superficie de la tierra o sobre las plantas. En su segunda acepción son gotas de rocío perceptibles a la vista. En su tercera acepción es una lluvia corta y pasajera. Y en la cuarta son meras gotas menudas esparcidas sobre algo para humedecerlo.

Rociar, por su lado, nos dice el diccionario que viene del latín vulgar roscidāre, derivado del latín roscĭdus, lleno de rocío, húmedo, y este de ros, roris, rocío.

El rocío es algo que pasa. No se pide, solo pasa. Se disfruta. Refresca. Humedece. Con esa humedad da vida y hace las noches pasajeras. El día se pasa, llega la noche, y con ella, con su oscura complicidad, el rocío aparece. ¿Cómo no disfrutarlo?

El rocío presupone cierta naturaleza cómplice, esto de esparcir en menudas gotas el agua u otro líquido lo deja a uno pensando, ¿no? Máxime cuando la segunda acepción nos dice que en su forma transitiva el rociar consiste en arrojar algunas cosas de modo que caigan diseminadas. ¿Qué podemos “diseminar”?

Viene con la frialdad de la noche ¿acaso para “calentar” a través de humedad las superficies que encuentre a su disposición?

Nos dice Sabina… Ay! Rocío, caviar de Riofrío, sola entre el gentío, tortolica en celo, como un grano de anís, un weekend en París, un deshielo…

Buesa también habla del rocío en su poema del Amor tardío:

…Y, sedienta de miel y de rocío,
tardíamente en el rosal se posa,
pues ya se deshojó la última rosa
con la primera ráfaga de frío…

En la Balada del Mal Amor, el mismo Buesa nos dice:

…Ya lo mío fue mío,
y ahora voy al azar…
Si una rosa es más bella mojada de rocío,
el golpe de la lluvia la puede deshojar…

En su “Brindis”, Buesa nos menciona el rocío de nuevo:

He aquí dos rosas frescas, mojadas de rocío:
una blanca, otra roja, como tu amor y el mío.
Y he aquí que, lentamente, las dos rosas deshojo:
la roja, en vino blanco; la blanca, en vino rojo…


El rocío se forma por la noche y en tiempo tranquilo y claro, cuando el frío del suelo se transmite al aire que está en contacto con él y causa la condensación del vapor de su capa interior. Esto del tiempo tranquilo y claro a veces no lo es, pues alguna que otra ocasión el rocío es la causa de una agitada noche. ¿Acaso el sudor del cuerpo puede ser una especie de rocío bajo techo?

Se habla también de la “Romería del Rocío”, una fiesta andaluza que tiene lugar en la homónima aldea. Consiste en una peregrinación al santuario de la Virgen que recibe este nombre.

Existe, por lo tanto, la Virgen del Rocío, que asumo que de virgen no tiene nada, como la famosa María.

En fin, el rocío pasa, como pasan las aves, como pasa el tiempo. ¿Qué hacer con el rocío? Pues es una respuesta complicada. Por su naturaleza misma es usualmente un placer efímero y nocturno. Por nuestra naturaleza misma, tendemos a prolongar los placeres que nos da la vida.

Sabina (¡tan lindo Sabinita!) nos dice:
“Y si amanece por fin y el sol incendia el capó de los coches, baja las persianas, de ti depende, y de mí, que entre los dos siga siendo ayer noche, hoy por la mañana.” ¿Y si con las persianas cerradas simulamos la noche y con ella el rocío?

“Anda deja que te desabroche un botón, que se come con piel la manzana prohibida… La buena reputación es conveniente dejarla caer a los pies de la cama hoy tienes una ocasión de demostrar que eres una mujer además de una dama…” Oscura mujer tiende a ser la noche, negra noche que nos cubre con su manto de complicidad, que nos humedece la existencia con el rocío.

El rocío supone el sereno, del latín serēnum, de serum, la tarde, la noche. El sereno es la humedad de que durante la noche está impregnada la atmósfera. Puede ser también el encargado de rondar de noche por las calles para velar por la seguridad del vecindario, de la propiedad, etc. ¿Y si decido rondar de noche con otros fines?

Salgamos de noche, no le temamos al rocío, no le temamos al sereno.

viernes, 12 de septiembre de 2008

De las pérdidas.

Pérdida viene del latín tardío perdĭta, perdida. Es una carencia, privación de lo que se poseía. Puede ser un daño o menoscabo que se recibe en algo, o bien, una cantidad o cosa perdida.

Parto de la premisa de que podemos perder todo. No somos dueños de nada. Podemos perder el alma, la fe, podemos perder el tiempo, la inocencia, la virginidad, podemos perder y ser perdidos.

Podemos tratar de perder un gato, o bien, podemos tratar de perder a alguien. Podemos sentirnos perdidos y sin salida alguna.

Podemos tener pérdidas materiales y no materiales. La pérdida puede ser instantánea o puede consumarse lentamente.

Algunas pérdidas nos duelen para toda la vida, como la de perder a la persona con la que creíamos íbamos a pasar el resto de nuestras vidas; otras pérdidas son más bien gratificantes, como cuando perdemos nuestra virginidad… ya lo dice Sabina, “…¡mi primera fulana se llamaba por fin!”.

Algunas veces tenemos ganancias a través de las pérdidas, si perdemos peso, ganamos salud, por ejemplo.

Hay pérdidas que son definitivas, y otras transitorias, perdí mi empleo, pero lo puedo recuperar. Perdí dinero, pero lo puedo recuperar. Perdí mi fe, pero esa no la quiero recuperar.

Hoy escribo de las pérdidas por que al inicio de la semana tuve una muy significativa. Tal vez de todas las pérdidas, las generadas a raíz de una muerte sean de las peores, ya no hay vuelta atrás. Es definitiva. El doctor Luis Javier Rojas Vargas, quien muriera el día 08 de septiembre escapando de unos cobardes ladrones era mi primo. Es un momento muy doloroso no solo para mí, antes bien lo es para toda la familia, para todos sus amigos y sobre todo, para su esposa y sus tres hijos. Luisito era un sol de persona y no merecía morir como murió.

Hay pérdidas que llaman a la reflexión. Esta es una de ellas. Hemos perdido a una excelente persona, pero con esta pérdida hemos podido ganar también otras cosas. Yo en particular he ganado el valor de poder decirle a muchas personas que las quiero. Luisito se fue sin que yo pudiera decirle cuanto lo quería y cuanto lo admiraba. No quiero que eso me pase con los demás.

Una pérdida, sí. Pero no puede ser una pérdida en vano. Tratemos de aprovechar nuestro tiempo, tratemos de querer a los que nos quieren.

En este momento podría hacer toda una campaña de odio contra las personas que ocasionaron la muerte de mi primo, prefiero hacer una campaña contraria e instar a querer más a nuestra familia, a nuestros amigos, a las personas que nos rodean.

No perdamos las ganas de vivir, no perdamos la ilusión del mañana. Perdamos el miedo a querer y ser queridos.