lunes, 20 de diciembre de 2010

Bitácora No.5 - Barranquilla laboral

Buenas buenas! Hace días que no escribo las andanzas por la bella Barranquilla. No sé porque me ha dado tanta pereza escribir últimamente, leo mucho, pero escribir, no sé… sí he escrito, pero lo borro, lo rescribo y lo borro. Estos días han sido bastante bonitos, poco a poco le he ido tomando el gusto al calor. Yo siempre he sido un amante del frío, me encanta, y siempre he odiado el calor. Creo que la soledad me ha hecho encontrar algún tipo de confort en el calor. No es lo mismo despertarse en una mañana oscura solo que cuando hace sol. En este momento, mientras escribo, puedo volver a ver a la ventana abierta y veo el cielo celeste, muy celeste. Entra un poco de brisa, no mucha, pero sí la suficiente para que la habitación esté fresca. Hay pocas nubes, no muchas, pero las que hay dibujan formas bastante agradables a la vista. Es una combinación entre “La niña y el viento” y “El niño y la nube”… ¡Qué lindo don Paco Amighetti!

Este dejar de escribir, o dejar de querer escribir, o más bien este borrar lo escrito sucede desde mi última visita a Costa Rica. Estuve por allá del tres al siete, tuve la dicha de compartir con algunos de mis seres queridos mi cumpleaños. De alguna forma el viaje se me hizo corto, mucho, pero fue provechoso. Yo creo que con los que pasé esos días son quienes más leen esto, así que no los aburriré con historias o relatos de los que ustedes mismos fueron partícipes.

A mi regreso de Costa Rica a Barranquilla el clima estaba un poco lluvioso, más no tanto como antes de irme. Colombia en general ha sido azotada por lluvias muy fuertes, y los daños han sido muy grandes. Barranquilla por dicha no ha sido tan golpeada, y a pesar de haber tenido algunos problemas, no los han sido tan graves como en otros lugares.

De esa primera semana de regreso al Caribe colombiano les cuento que hice una carrera. Corrí 10 kilómetros por Barranquilla. Bueno, “corrí”… mi tiempo fue de una hora, doce minutos y cuarenta y ocho segundos… digamos que los troté y todos quedamos felices. La carrera estuvo buena, bien organizada, me dio la oportunidad de conocer una parte de la ciudad que no conocía y además corrí, aunque por breves segundos, con Carlos Vives a la par.

Algo que me ha gustado montones es que en esta ocasión me traje el GPS que se conecta al reloj, por lo que después de mis caminatas puedo ver a través de Google Maps los lugares que recorrí. Eso es un detallazo, o al menos a mí me parece así.

Vuelvo a la soledad, un día de estos me encontré una frase de un escritor y diplomático italiano, Carlos Dossi, que dice así: “¿Por qué se rehúye de la soledad? Porque son muy pocos los que se encuentran en buena compañía consigo mismos.”. Yo he resultado ser una muy buena compañía y disfruto montones el estar solo. Este tiempo lo he aprovechado digamos que para conocerme un poco mejor y pensar, pensar montones. ¿En qué pienso? En todo, literalmente de todo. Yo no seré el más vivido, pero sí trato montones de pasarla bien. Ahora bien, ¿qué es bien? Depende de ustedes, depende de mí. De momento en estos treinta y tres años he tenido la dicha de hacer muchas tonteras e ir cerrando ciclos. Creo que la época de Peter Pan no se acerca a su fin pero si conocerá límites.

Sigo con Barranquilla. Con mi afán de seguir conociendo más por acá, sigo caminando todo lo que pueda. Ayer decidí ir al mercado, todo lo hice a pie. Creo que caminé unos veinte kilómetros, pero los disfruté mucho. Ayer iba exclusivamente en búsqueda de mas libros, solo eso, e iba con toda la intención de quedarme todo el tiempo necesario en la tiendita que les conté la otra vez. Ayer cuando llegué saludé al muchacho que trabaja ahí. El saludo fue un mero saludo de cortesía, pues estaba seguro que Julio César (así se llama) no se iba a recordar de su seguro servidor. Para sorpresa mía sí se acordaba de mí. Me dijo: Usted es el señor (ya casi en ningún lugar me dicen “muchacho”) que vino a buscar Cien Años de Soledad la otra vez… venga, le tengo dos ediciones, pero estoy seguro que una no le va a gustar. Le pedí que me las enseñara y en efecto, una no fue comprada, pero no porque no me gustara, pero por que ya la tenía. Julio Cesar es súper amable, y con toda la paciencia del mundo soportó todo el rato en el que estuve merodeando por la tienda. Yo creo que a veces soy un poco molesto. Yo recuerdo cuando yo iba a hacer mandados con mi mamá y SIEMPRE le decía que como molestaba… pues bien, yo soy la versión 2.0 de ella. Los que hayan tenido la oportunidad de experimentar una compra conmigo van a tener que concordar con esto.

Luego de durar un gran rato en la tienda me devolví de nuevo caminando hacia el apartamento. De vuelta hice una parada técnica en “La Cueva”. ¿Qué es La Cueva? Pues es un restaurante (antes era más bar) a donde mi amado Gabo se tomaba las agüitas frescas cuando vivía en Barranquilla. El lugar está lleno bellos recuerdos, la comida es deliciosa y la atención es espectacular. Me atendió don Miguel, el “capitán de servicio” y con el hablé largo y tendido, pues dichosamente al llegar temprano era la única persona en el lugar. La Cueva es el único bar restaurante patrimonio nacional de Colombia, y lo es así desde el dos mil dos. En el menú tienen diferentes anécdotas y los meseros elaboran sobre ellas si uno les pregunta. Evidentemente yo pregunté.

Ayer me sentía como un chiquito, pues yo adoro a García Márquez y sus relatos siempre me han regalado una sonrisa y han alimentado el imaginario. García Márquez es uno de los innumerables regalos que me ha hecho mi querido don Roberto Villalobos. Don Roberto fue profesor mío en el año dos mil, en el curso de Filosofía del Arte. No sé si todos tendrán el gusto de conocerlo, o bien, haber escuchado de él. Es por mucho el MEJOR profesor que he tenido, un verdadero Maestro, así, con mayúscula. Es tan bueno que a la par de él el profesor que sale en La Sociedad de los Poetas Muertos es cualquier cosa, así de bueno. Bueno, él fue quien me regaló Macondo, quien me regaló a la Mama Grande, a la cándida Erendira, y quien me regaló a Florentino Ariza. Ese curso de don Roberto era tan pero tan bueno que fue lo único que me mantuvo a flote en los últimos años de la Universidad. El curso lo tomé entero, sin faltar un solo día en el dos mil. Lo repetí en el dos mil uno. En el dos mil dos fui como a clase de por medio, y de ahí en adelante iba esporádicamente a una que otra clase. Cual libro, cada clase era un capítulo, y por supuesto tengo mis capítulos favoritos, a esos siempre traté de asistir y nunca me aburrí. Lastimosamente para los que no llevaron el curso, ya no lo está dando. ¿Filosofía del arte? No. El curso era más un curso de vida. Era un curso del arte de vivir, del arte del buen vivir. Divago un poco y me desvié en don Roberto porque de verdad les quería contar lo importante que es este Maestro para mí. Ojalá, ojalá que todos, por lo menos una vez en la vida, se topen con un don Roberto personal, no necesariamente alguien como él, pero si alguien que genere pasiones y despierte intereses en ustedes. Si el interés suyo particular es la matemática, pues alguien que lo ponga a prueba, si es la moda, la cocina, la arqueología, la mecánica, lo que sea. Pero tener un Maestro de vida es increíble.

Pero en fin, sigo con La Cueva y con García Márquez… al inicio del libro Gabo dice: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…”. ¡Yo ayer conocí el hielo! ¿Cómo? Sigo con Gabo… “A los niños no les interesó la noticia. Estaban obstinados en que s padre los llevara a conocer la portentosa novedad de los sabios de Memphis, anunciada a la entrada de una tienda que, según decían, perteneció al rey Salomón. Tanto insistieron, que José Arcadio Buendía pagó los treinta reales y los condujo hasta el centro de la carpa, donde había un gigante de torso peludo y cabeza rapada, con un anillo de cobre en la nariz y una pequeña cadena de hierro en el tobillo, custodiando un cofre de pirata. Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar: - Es el diamante más grande del mundo. – No – corrigió el gitano-. Es hielo. José Arcadio Buendía, sin entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el gigante se la apartó. “Cinco reales más para tocarlo”, dijo. José Arcadio Buendía los pagó, y entonces puso la mano sobre el hielo, y la mantuvo puesta por varios minutos, mientras el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto del misterio. Sin saber qué decir, pagó otros diez reales para que sus hijos vivieran la prodigiosa experiencia. El pequeño José Arcadio se negó a tocarlo. Aureliano, en cambio, dio un paso hacia adelante, puso la mano y la retiró en el acto. “Está hirviendo”, exclamó asustado. Pero su padre no le prestó atención. Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento se olvidó de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquíades abandonado al apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales, y con la mano puesta en el témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó: -Este es el gran invento de nuestro tiempo.” ¡Qué lindo! ¡En La Cueva tienen un baúl cerrado, uno lo abre y tienen una maqueta de hielo, y uno la puede tocar todo el rato que quiera! Yo ayer era José Arcadio, ayer era Aureliano, ayer don Miguel hizo las de gigante, y me enseñó el hielo. Ayer “el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.”

Eso me lo regaló don Roberto, don Roberto me regaló la dicha de conocer apasionadamente a García Márquez. Conocer a García Márquez me renovó la capacidad de asombro. Y es que eso de volver a la niñez es de lo más bello que puede haber. A la inocencia, al señalar a las cosas por desconocer como se llaman. Hace años mi hermanita me sacó las lágrimas. Estábamos en el patio y ella podría tener no sé, cuatro o cinco años. Mi mamá había comprado unos elotes y me pidió el favor de pelarlos. Yo comencé a hacerlo sin mayor cuidado, y Tocks se me quedaba viendo como “tontica”. Entonces decidí pelarla uno hoja por hoja… ¿Ustedes lo han hecho? ¿Se han dado cuenta de la perfección con que está envuelto un elote? ¿Han visto la armonía que contiene? Es economía de los materiales, tiene lo justo para protegerse, lo óptimo para conservarse, los colores, los olores, todo. Es un rito bellísimo. Eso me lo regaló la enana. Ella me preguntaba qué era eso, y yo solo le podía responder que un elote, pero el elote más bello de todos. Yo sé que suena algo tonto, pero créanme, la próxima vez que tengan que hacerlo, sólo tomen uno del montón. No le corten las puntas para que sea más sencillo. Solamente háganlo manual, y van a ver qué tan buena es la naturaleza.

Sigo con La Cueva. ¿Qué es La Cueva? Pues es solamente un bar con muchos recuerdos, muchísimos y bellísimos. Por ejemplo tienen unas huellas de elefante (como cuando uno camina sobre cemento recién chorreado y deja la huella… yo lo hice una vez y les puedo enseñar a donde quedo mi huella). ¿Cómo llegaron huellas de elefante ahí? El pintor Alejandro Obregón llegó de madrugada a tocarle la puerta al dueño del bar porque quería tomar. El administrador abrió la puerta, le dijo que era muy tarde, y se fue a dormir. El tal Obregón, con un animus bebendi, se fue al Circo Egred Hermanos, que se encontraba de visita, y en compañía del domador, se llevó un elefante asiático. Con el elefante tumbó la puerta del bar y se sirvió un trago. Cuando Eduardo Vilá (el administrador) escuchó el escándalo, salió a ver qué pasaba, a lo que Alejandro solo le respondió que como no le había abierto la puerta, él había tenido que abrirla. Al fila, Vilá, Obregón, el domador y el elefante amanecieron de madrugada bebiendo whisky.

Este Obregón era todo un personaje. En una de las paredes hay un mural hecho por él. Se llama “La mulata de Obregón” o “La mujer de mis sueños”. Pintado en 1957, es la imagen central del lugar. Un día, después de andar de cacería, Toto Movilla se fue al baño y Obregón tomó su cerveza, botó la mitad, y llenó la mitad faltante con orines. Cuando Movilla regresó y la probó, se dio cuenta de lo que había pasado, por lo que tomó su carabina y le iba a dar un tiro a Obregón. Lo detuvieron. Pero como no lo dejaron dispararle al pintor, le dio dos tiros a la mulata. La pintura nunca fue restaurada, así lo dispuso Obregón.

Tienen también una biblioteca que perteneció a Alfonso Fuenmayor. ¿Quién es? Ni la menor idea. A él lo buscaré luego. ¿Por qué lo menciono? Pues porque uno de los libros que tenían en la biblioteca y de los pocos que tenían abiertos era una edición bastante vieja de “La vida es sueño” de don Pedro Calderón de la Barca. Dice don Pedro de boca de Segismundo:

“Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”

La vida es un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción, la vida es sueño, y ¡qué hermoso que es soñar! Ayer soñé que volvía al pasado, ayer soñé que señalaba cosas porque no conocía las palabras para llamarlas por su nombre.

García Márquez dijo: “El día que piense radicarme definitivamente en alguna parte, le escribiré al maestro Vilá, en Barranquilla, para que me reserve un sitio de por vida en La Cueva.” Cuando ese día venga, me gustaría pensar que yo voy a llamar al Maestro Vilá y le voy a pedir que reserve la mesa de a la par. ¡Salud!

Ahora bien, no se imaginen que el lugar es de una belleza indescriptible. No. Es un lugar bonito, restaurado, limpio, con muchas anécdotas. Lo que pasa es que uno lo ve hermoso, o al menos yo lo veo así, porque uno tiende a romantizar un poco las cosas que le son importantes. En fin, para mí, La Cueva es un lugar bellísimo a donde se come muy bien y a donde el servicio es bastante bueno. Todo eso con el plus de poder conocer el hielo por primera vez. Espero que alguna vez pase eso con Fitos cerca de la UCR y con La Villa. ¡Que recuerdos!

Hoy empecé en la mañana a escribir, almorcé, dormí, vi tele, cené, hablé con mi mamá y mi hermanita, leí, tomé vino, etc., después de hacer todo eso me senté y terminé de escribir. No sé que me impide escribir de corrido como antes. Ni la menor idea. ¿Qué he leído hoy? Pues los periódicos (en orden La Nación, El País, The New York Times, The Wall St. Journal, BBC News, The Guardian, The Daily Telegraph, Il Corriere della Sera y por último Granma), ahora bien, no crean que son leídos de cabo a rabo, es una ojeadita y una leída de lo que me interesa. Leí a Espronceda, un poco de García Márquez, revisité La Vida es Sueño y ahora termino esto.

Con Espronceda tengo una reciente fijación, he estado leyéndolo y el único culpable de que lo conozca es Sabina (a quien escucho religiosamente todos los días). En una versión en vivo del Pirata Cojo, como buen pirata, le roba un estribillo a don José, acá les pongo el texto completo, en ustedes esta el identificar la parte a la que me refiero:

“Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Istambul:

Navega, velero mío
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá; muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí; tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pechos mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

A la voz de "¡barco viene!"
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna antena,
quizá; en su propio navío
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.”

Se cayó internet, por lo que aún no lo puedo subir. Ya estoy cansado, tengo un poquitín de vino adentro y además tengo un poco de sueño. Creo que es mejor ir a dormir.

--
Rubén Vargas A.
"Cogito ergo sum" - Descartes


Nota:
Escrito durante un viaje a Barranquilla, Colombia del 07 al 23 de diciembre del 2010.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Del aburrimiento.

Aburrimiento viene de “aburrir”. El aburrimiento es cansancio, fastidio, tedio, todas estas cosas originadas generalmente por disgustos o molestias, o por no contar con algo que distraiga y divierta.

Aburrir viene del latín abhorrēre, y tiene diferentes acepciones… Como número uno está la de molestar, cansar, fastidiar. Yo estoy aburrido, mi aburrimiento se origina en la molestia que me produce el no tener que hacer en este momento, no cuento con algo que me distraiga y tampoco con algo que me divierta; sin embargo eso no es enteramente cierto… a mí me distrae y me divierte escribir, por lo que en este momento escribo, y los molesto a ustedes, los canso, los fastidio, los aburro. Que conste, prefiero ser alguien aburrido y no alguien aburrado.

¿Existe el aburramiento como existe el aburrimiento? Pues la Real Academia Española me dice “La palabra aburramiento no está en el Diccionario.” La palabra aburrado si está registrada. En su primera acepción dice que es cuando resulta semejante en algo a un burro (creo que algo tengo de burro… tengo una cabezota, una gran nariz y calzo lo suficiente como para que vean para donde puede seguir esto – jajajaja ¡engañado!). En su segunda acepción el aburrado es quien tiene modales toscos y groseros (Hmmmm… creo que algo de aburrado tengo al fin y al cabo…).

Pero bueno al aburramiento y al aburrimiento… si uno puede aburrir también puede aburrar, ¿o es qué acaso ustedes nunca tuvieron un profesor que estaba a un paso de rebuznar y más bien parecía un cazatalentos para un establo antes que alguien que se dedicaba a la enseñanza?

Acá les dejo otra palabrilla de esas que me hacen sonreír… rebuznar… viene del latín “re” y “bucināre”, siendo bucināre el tocar la trompeta o una bocina, y ella significa dar rebuznos, y como no todo es perfecto… “La palabra rebuznos no está en el Diccionario.”

Pero bueno, esto empezó definiendo el aburrimiento, y éste se definía, entre otras cosas, como “cansancio”. El cansancio es la falta de fuerzas que resulta de haberse fatigado. Puede ser hastío, tedio, fastidio. Todo va sonando bien de momento, o bueno, no sonando tan bien, pero todo suena como que va por la misma línea; pero si seguimos buscando, resulta que el hastío se define como repugnancia a la comida como primera acepción y luego de segunda como “disgusto”. Sigo con disgusto y viene de disgustar, que es un sentimiento, pesadumbre e inquietud causados por un accidente o una contrariedad; un fastidio, tedio o enfado que causa alguien o algo; un encuentro enfadoso con alguien, disputa o diferencia o bien un desazón, un desabrimiento causado en el paladar por una comida o bebida.

Uno puede estar a gusto o a disgusto. Si estoy aburrido estoy a disgusto y lo que no comprendo muy bien es por que cuando estoy a gusto digo eso, estoy “a gusto”, pero cuando es el caso contrario digo “no estoy a gusto” en lugar de decir que estoy “a disgusto”.

Si sigo buscando las palabras que me definen el cansancio sigo con fastidio. Fastidio viene del latín “fastidĭum” y es enfado, cansancio, aburrimiento, tedio; o bien, disgusto o desazón que causa la comida mal recibida por el estómago, o el olor fuerte y desagradable de una cosa. (De momento puedo ser un burro fétido que los está aburriendo más y más ad nauseam). Luego viene el tedio; aburrimiento extremo o estado de ánimo del que soporta algo o a alguien que no le interesa; un fuerte rechazo o desagrado que se siente por algo.

Podría seguir con las otras acepciones de “aburrir”. Sí, solo he hablado de la primera, podría seguir con que aburrir es dicho de algunos animales (aborrecer los huevos o las crías). Coloquialmente hablando (acaso he hablado de otra forma) aburrir es exponer, perder o tirar algo, estimándolo en poco; especialmente hablando del tiempo o del dinero malgastado. Aburrir puede ser aborrecer, puede ser fastidiarse, cansarse de algo o sufrir un estado de ánimo producido por falta de estímulos, diversiones o distracciones. Habiendo dicho todo eso, uno puede aborrecer el aburrimiento causado por el emburramiento, o bien; puede emburrarse de manera tal que se haga aburrido y por lo tanto los demás lo aborrezcan, y que conste, es mejor ser aborrecido a ser aburrado pero de todo eso, en este momento, ¡lo peor es estar aburrido y lo mejor es no estar aburrado!

Asumo que ya a estas alturas esto se convirtió en algo tedioso, y su estado de ánimo es aquél descrito como el que soporta algo que no le interesa… ¡Ay, tan poco que me interesa que no les interese! Espero con ese “empujón” haberles generado un fuerte rechazo. Por favor, ¡abúrranse conmigo o de mí, pero abúrranse! Aborrecerme es opcional.

Yo no tengo nada que me divierta ni que me distraiga en este momento, o bien, no lo tenía hasta que comencé a escribir. Estoy a punto de hacer público este documento, y eso me divierte… ¿por qué me divierte? Rebuzne si llegó hasta acá.