martes, 16 de junio de 2009

Pájaros de Portugal - Joaquín Sabina

Pájaros de Portugal
Joaquín Sabina


No conocían el mar
y se les antojó más triste que en la tele
pájaros de Portugal
sin dirección, ni alpiste, ni papeles

Él le dijo “vámonos”
“¿dónde?” le respondió llorando ella.
Lejos del altar mayor
en el velero pobretón de una botella
despójate del añil redil del alma
de largo con camisa
Devuélveme el mes de abril
Se llamaban Abelardo y Eloísa
arcángeles bastardos de la prisa

Alumbraron el amanecer muertos de frío
Se arroparon con la sensatez del desvarío
tuyo y mío de vuelta al hogar
qué vacío deja la ansiedad
qué vergüenza tendrán sus papás

Sin alas para volar
prófugos del instituto y de la cama
pájaros de Portugal
apenas dos minutos, mala fama
luego la Guardia Civil les decomisó
el sudor y la sonrisa
las postales de Estoril, sin posada,
sin escudos y sin Visa
Se llamaban Abelardo y Eloísa

Bucearon contra el Everest y se ahogaron
nadie les enseñó a merecer el amparo
de la virgen de la soledad
¡qué pequeña es la luz de los faros!

Bucearon contra el Everest y se ahogaron
nadie les enseñó a merecer el amparo
de la virgen de la soledad
¡qué pequeña es la luz de los faros!
de quien sueña con la libertad…

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Joaquín Sabina dijo acerca de la canción:
"Las canciones no hay por qué explicarlas, pero sí me gustaría contar ésta porque tiene una anécdota muy concreta. No sé si recuerdas que hace ocho o diez años se escaparon de sus casas de Tarragona dos chavales de 14 o 15 años. El país estuvo aterrorizado esos días porque se creía que los habían matado, que los habían violado, cualquier cosa. Y nada de eso había sucedido: querían ver el mar, y cuando vieron que era peor que en la tele llamaron a sus padres acojonados. Volvieron, vírgenes, supongo, acojonados… Sí, a veces las canciones nacen de las noticias, pero hay que rumiarlas. Eso pasó hace ocho años, y cuando leí la noticia pensé: Aquí hay una canción. Pero la canción misma viene ocho años después, cuando ya se ha medio olvidado…"

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Portugal
Portugal, oficialmente la República Portuguesa, es un país soberano miembro de la Unión Europea, constituido como un estado democrático de derecho. Su territorio, con capital en Lisboa, está situado en el sudoeste de Europa, en la Península Ibérica. Limita al este y al norte con España, y al sur y oeste con el océano Atlántico. Comprende también los archipiélagos autónomos de las Azores y de Madeira, situados en el hemisferio norte del océano Atlántico.

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Alpiste (Phalaris canariensis)
El alpiste es una planta gramínea de la familia de las poáceas, herbácea. Es originaria del Mediterráneo, pero se cultiva comercialmente en varias partes del mundo para usar la semilla en la alimentación de pájaros domésticos. Antiguamente con su harina se hacía pan.

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Altar mayor
La liturgia católica permite celebrar misas en cada una de las capillas de una iglesia, cada una con su propio altar, por lo que el principal recibe el nombre de altar mayor.

El altar mayor de cada iglesia continuó situado en el ábside principal o cabecera y en posición aislada. Pero al adoptarse los retablos en la época románica y sobre todo, al tomar éstos gran desarrollo en los siglos XIV y siguientes, se tuvo que adosar el altar en la mayoría de las iglesias, dejando de estar accesible por todos los lados.

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Añil.
(Del ár. hisp. anníl o annír, este del ár. clás. níl[aǧ], este del persa nil, y este del sánscr. nīla).
1. m. Arbusto perenne de la familia de las Papilionáceas, de tallo derecho, hojas compuestas, flores rojizas en espiga o racimo, y fruto en vaina arqueada, con granillos lustrosos, muy duros, parduscos o verdosos y a veces grises.
2. m. Pasta de color azul oscuro, con visos cobrizos, que se saca de los tallos y hojas de esta planta.
3. m. Color de esta pasta.

El color añil, también conocido como índigo, corresponde a una longitud de onda de la luz de 4500 a 4770 Å, o entre 450 y 477 nm, se encuentra entre el azul y el violeta.

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Redil
(De red).
1. m. Aprisco cercado con un vallado de estacas y redes, o de trozos de barrera armados con listones.

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Abelardo y Eloísa
«...Dudo que alguien pueda leer o escuchar tu historia sin que las lágrimas afloren a sus ojos. Ella ha renovado mis dolores, y la exactitud de cada uno de los detalles que aportas les devuelve toda su violencia pasada[…]» Carta de Eloisa a Abelardo

I
Transcurre el año 1142, Europa Occidental bulle de efervescencia intelectual, Paris se está erigiendo en capital del pensamiento, la doctrina escolástica brilla en su mayor esplendor, con el solo razonamiento se puede aprehender la naturaleza. En el Monasterio de San Marcelo, cerca de Chalons, ciudad de Borgoña próxima a las márgenes del Saona, un enfermo de sesenta y tres años, sintiendo próximo su fin, pasa revista a su vida.

Junto a él se halla apilada la prueba de su decisiva aportación al renacimiento cultural, numerosos manuscritos sobre lógica y dialéctica así lo atestiguan. Mas, no es a este tesoro intelectual al que vuelve la vista, sino a un atado de cartas de amor, que le han sido enviadas a lo largo de los últimos veinticinco años por una religiosa, con quien, en aquel entonces, vivió una trágica historia de amor, que ni el tiempo, ni la separación – no habían vuelto a reunirse – relegó al olvido. Pocos años antes lo dejó reflejado en su autobiografía, que tituló “Historia calamitatum”, ¡extraño nombre!, ¿Quizá juzga así su existencia?

Recuerda su infancia en Bretaña donde había visto la luz en 1079, hijo de una familia de la baja nobleza, militares al servicio del poderoso Conde de Nantes. Destinado a la carrera de las armas, pronto encontró en la filosofía su verdadera vocación. Con dieciocho años se incorpora a la escuela de uno de los más afamados maestros, Juan Roscellino, de quien termina discrepando, lo contradice en público y por último, abandona su tutoría.

El nacimiento del siglo XII contempla la entrada en París de un joven Abelardo anhelante de conocimientos y rebosante de ambición intelectual y social. Los dos años siguientes fueron de febril aprendizaje. Ingresa en la escuela de la Catedral para estudiar dialéctica con el más renombrado filósofo de la época, Guillermo de Champeaux. A los pocos meses se repite la historia de Juan Roscellino; Abelardo, perpetuo inconformista, osa contradice la doctrina del maestro; tras una polémica cada vez más acalorada, que provoca entre los estudiantes la formación de sendas corrientes, el alumno sale triunfante y Guillermo acepta las tesis del, hasta entonces, discípulo.

Este éxito catapulta la fama del joven, que confiando en su ciencia, con tan solo veintidós años decide montar su propia escuela. El lugar seleccionado es Melún, ciudad muy importante por aquel entonces. El éxito lo acompaña y muy pronto se muda a Corbeil, más próximo a París, cuya escuela de Nuestra Señora era el blanco de sus aspiraciones. Tanta actividad mina su salud, debiendo retirarse unos años a Bretaña para reponerse. Vuelve a Paris, de nuevo como discípulo de Guillermo de Champeaux y, en 1108, se presenta la ansiada oportunidad; Guillermo es nombrado obispo de la diócesis de Chalons-sur-Marne y Abelardo le sucede a la cabeza de la escuela de París,

Tras otro breve retiro en Bretaña, se dirige a Laón para estudiar teología con el prestigioso doctor Anselmo de Laón. En 1114 retorna como profesor en la escuela catedralicia de París, donde llegó en breve lapso al apogeo de su celebridad.

En este punto, la memoria del monje hace un alto, lágrimas de orgullo asoman a sus ojos, recuerda aquellos tiempos de gloria y rememora, entre los mas de cinco mil alumnos que llegó a tener, alguno de los más famosos: un Papa (Celestino II), diez y nueve Cardenales, más de cincuenta Obispos y Arzobispos franceses, ingleses y alemanes.

De súbito, una nube de tristeza le cubre el rostro; en su memoria acaba de entrar el recuerdo de un personaje singular, que al final decidiría su existencia: Fulberto, Canónigo de la Catedral de París, quien solicita los servicios del afamado maestro como preceptor de su sobrina Eloisa, culta y bella joven de dieciséis años, quien habiendo perdido a sus padres fue confiada a su tutela [i].

La expresión del enfermo cambia de nuevo; la tristeza se troca en alegre melancolía. Está reviviendo aquellos momentos dichosos, ¡los más felices de su vida! en que la inicial admiración intelectual Eloisa hacia su maestro había derivado en una arrebatadora pasión por el varón que la enamoraba. Él no podía ser considerado novicio en lances amorosos, mas, a pesar de su experiencia, había correspondido a tanto ardor con un paralelo ímpetu que le hacía olvidar cualquier convencionalismo.

En la “Historia Calamitatum” reflejó aquellas sesiones en casa de Fulberto:

«...Los libros permanecían abiertos, pero el amor más que la lectura era el tema de nuestros diálogos, intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos que a los libro s[…]»


Al recordar este pasaje de su vida, el pulso del enfermo comienza a latir con violencia; está reviviendo la etapa más intensa de su vida, aquella que le dejaría marcado, en cuerpo y espíritu, para el resto de la existencia que está a punto de expirar.

¡Qué felicidad sin dobleces transpiraba su amada el día que le comunicó su embarazo! ¡Cómo contrastaba la actitud de la joven con las dudas y temores que a él inquietaban! Al final, el amor venció todos los temores, la radiante Eloisa aseguraba que la concepción se había producido la tarde en que el temario de las clases señalaba el estudio del astrolabio, en recuerdo, si el hijo fuese varón llamarían con este nombre.

Cuando Fulberto fue consciente de lo que estaba aconteciendo, tras una primer acometida de indignación, aceptó lo inevitable, procurando imponer una solución que él consideraba razonable. Envió a Eloísa a Bretaña, a casa de una hermana, donde dio a luz un niño, a quien, conforme a lo previsto, pusieron por nombre Astrolabio, mientras que conminaba al padre para reparar por medio del matrimonio la falta cometida.

Abelardo accedió de buena gana a la proposición de Fulberto; pero, para estupor general, Eloísa, con diferentes argumentos, se opuso de manera radical a la boda. Tras un tenaz asedio, al final cedió de su postura inicial con la condición de mantenerlo secreto. Con esta reserva el matrimonio se celebró en París. El airado tío, tras esta primera victoria en la lucha por restaurar el honor perdido, presionó para dar publicidad al vínculo y de esta manera normalizar la situación a los ojos de la sociedad.

De nuevo se opuso Eloísa, quien llega a realizar un juramento formal de que jamás se hubiera casado. La actitud fomentó entre el tío y la sobrina, que vivía con él, una profunda desavenencia que degeneró en malos tratos, llegando la situación a tal extremo que Abelardo se vio obligado a buscar refugio para su esposa en un convento de Argenteuil, cerca de París.

Fulberto, creyendo que Abelardo quería obligarla a hacerse monja para librarse de ella, juró vengarse, y en breve encontró medio de ejecutar su feroz venganza. Sobornó a un criado del filósofo para que les franquease el paso, y una noche, entrando con un cirujano y algunos sayones en el cuarto de Abelardo, entre todos le castran huyendo a continuación.

Piensa Abelardo ¡Qué importa que la justicia apresase al criado y otro de los agresores¡ El castigo: igual mutilación y además la pérdida de los ojos, ¿Le permitirían volver a sentir la anterior pasión? Tampoco el destierro del canónigo Fulberto, al que se confiscaron todos sus bienes, podía reparar lo perdido.

Era el año del Señor de 1118, mis heridas corporales sanaron, pero mi vida entera cambió. Hube de renunciar a Eloisa, que profesó de monja en el convento de Argenteuil, no volviendo a vernos en el resto de nuestras vidas; según las leyes canónicas estoy incapacitado para ejercer oficios eclesiásticos viéndome obligado a ingresar como fraile en el monasterio de San Dionisio.

Las emociones han sido en exceso intensas para este hombre cansado, perpetuo inconformista, castigado de forma atroz en cuerpo y espíritu. El hilo de la memoria se interrumpe, reclina el cuerpo sobre el lecho, cierra los ojos, y mientras dedica un postrer recuerdo a la que nunca dejo de amar, las cartas resbalan de su mano y exhala su último suspiro.

II

Entretanto, a 250 kilómetros del moribundo, en plena Champagne se encuentra la ciudad de Troyes, y en sus cercanías se alza el convento del Parácleto, cuya abadesa, aun joven, es la propia Eloisa. Ha tenido noticias del estado de Abelardo y espera, con mucho dolor pero igual decisión, el fatal desenlace. Está dispuesta a cumplir lo que, sin duda alguna, adivina últimos deseos del agonizante ¡reunirse con su amada!

También ella está sumida en los recuerdos. Mas, a diferencia de Abelardo, no adopta una actitud resignada, aún alienta en ella la misma pasión que, veinte años atrás, apenas una niña, le hizo oponerse con fuerza a todo convencionalismo.

No siente particular nostalgia del hijo. Cuando lo separaron de ella, fue confiado a su hermana; más adelante, bajo la protección de otro tío, Porcarius, canónigo en Nantes, siguió la carrera eclesiástica, a la que, dado sus singulares padres, estaba predestinado. Tiene esporádicas noticias de él, ahora está con su tío, de seguro le sucederá en la canonjía.

En cambio Abelardo siempre esta presente en su memoria. Considera que su vida comenzó cuando le conoció, marchitándose en el momento de separarse. Sus arrebatadas cartas lo reflejan con lucidez:

...Para hacer la fortuna de mí la más miserable de las mujeres, me hizo primero la más feliz, de manera que al pensar lo mucho que había perdido fuera presa de tantos y tan graves lamentos cuanto mayores eran mis daños […]

¡Las cartas! Siempre escasas, no obstante, el único vínculo entre ellos, al que por más de veinte años permanecieron aferrados:

...Si la tormenta actual se calma un poco, apresúrate a escribirnos; ¡la noticia nos causará tanta alegría! Pero sea cual sea el objeto de tus cartas, siempre nos serán dulces, al menos para testimoniar que tú no nos olvidas […]

¡Ay, Abelardo!, tan fuerte frente a los hombres y tan tierno conmigo. Nunca me he arrepentido de mi pasión, solo me angustia pensar que mi negativa a hacer pública nuestra unión haya podido ser la causa de tu desgracia A pesar de ser el más brillante dialéctico de Paris, o lo que es igual, de toda la Cristiandad, nunca entendiste mi actitud; iba más allá de la pura conveniencia. .¡Me negaba, y me niego, a que nuestro amor fuera forzado en ningún sentido! ¡No puedo admitir que tanta pasión cambiase de rumbo! Tú, por el contrario, en aras de lo que creías mi tranquilidad, estuviste dispuesto a renunciar a las dignidades que te correspondían por méritos propios.

Tú pudiste resignarte a la cruel desgracia, incluso llegaste a considerarla un castigo al que te habías hecho acreedor por transgredir las normas. ¡Yo, no!, ¡No he pecado! solo amo con ardor desesperado; cada día aumenta mi rebeldía contra el mundo y crece más mi angustia. ¡Nunca dejaré de amarte!. ¡Jamás perdonaré a mi tío, ni a la iglesia, ni a Dios, por la cruel mutilación que nos ha robado la felicidad!

Pero, ¿qué puedo esperar yo, si te pierdo a ti? ¿Qué ganas voy a tener yo de seguir en esta peregrinación en que no tengo más remedio que tú mismo y en ti mismo nada más que saber que vives, prescindiendo de los demás placeres en ti -de cuya presencia no me es dado gozar- y que de alguna forma pudiera devolverme a mí misma? […]

Mas, yo te prometo que he de procurarte el descanso que no conseguiste en vida. Ni siquiera aquella Iglesia que tanto amaste ha sido justa contigo, se han condenado tus escritos, has sido perseguido y sufrido un sinfín de injusticias, solo por la valentía de expresar lo que piensas, sin importarte el desacuerdo con los poderosos, sean obispos reyes, papas, santos o concilios.

EPÍLOGO

Eloisa, cuando conoció la muerte de Abelardo se comunica con Pedro el Venerable, abad de Cluny. Este influyente personaje siempre había mostrado especial debilidad por Abelardo, lo demostró en épocas pasadas; cuando más arreciaban las críticas hacia las tesis del filósofo, había conseguido reconciliarle con Bernardo de Clairvaux, su más encarnizado fiscal. Pedro consigue sin dificultad que los restos de Abelardo sean trasladados desde Chalons al Parácleto, donde Eloisa los da sepultura.

Veinte años después, en 1164 moría Eloisa. Dispuso que fuese enterrada en el mismo sepulcro de su enamorado, plantando a continuación un rosal sobre la tierra que los recubrirá.

Aquí, donde acaba la realidad, comienza a tejerse la leyenda: En el momento de ser depositada en la sepultura común, ambos esposos extienden sus brazos para fundirse en un último y eterno abrazo.

Nuestro romántico Campoamor veía de esta manera el eterno descanso de los amantes:
El rosal de ella y de él la savia toma,
Y mece, confundiéndolos, la brisa
En una misma flor y un mismo aroma
Las almas de Abelardo y de Eloísa.
La Revolución suprimió el Parácleto en 1792 vendido en beneficio del Estado; pero exceptuó de la venta el sepulcro que encierraba, según creencia general, los restos de Eloísa y Abelardo. En 1817 los cuerpos se trasladaron a una tumba común en el cementerio de Père Lachaise, en París, donde hoy reposan en un mausoleo neogótico. Allí reciben el tributo de amantes anónimos que con frecuencia depositan flores frescas sobre la lápida.

[i] Puede sorprender que una mujer, casi niña, nacida en la tantas veces tildada de oscurantista Edad Media, fuese culta y que su educación se confiase al más renombrado filósofo del momento. Como la investigación se ha encargado de demostrar, el medioevo arrastra una injusta leyenda: se trata de un largo periodo histórico de diez siglos, con muy distintos comportamientos según las épocas. A principios del Siglo XII en Europa se advierte con claridad el embrión del Renacimiento. La mujer, de las clases aristocráticas, obvio, con un comportamiento sexual menos reprimido de lo que a veces se piensa, comienza a sentir interés por la cultura y desean ocupar cierto protagonismo social, Leonor de Aquitania “dama de los trovadores”, había nacido en 1122, justo cuando nuestra tragedia se consuma. No es de extrañar que Fulberto, con seguridad deseando un matrimonio nobiliario para su sobrina, le procurase la mejor educación a su alcance.

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Arcángel
En las religiones judía, cristiana e islámica, los arcángeles son una categoría de ángeles. Constituyen uno de los nueve coros de la jerarquía. Los arcángeles son los penúltimos, antes de los propios ángeles (tal y como lo indica el prefijo arc, que significa superior).

Se considera que los arcángeles son siete, con nombres diferentes según las religiones. Los tres aceptados por todas son:
Miguel, jefe de la milicia celestial
Gabriel, el mensajero celestial y
Rafael, protector de los viajeros, de la salud y del noviazgo.

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Bastardo
Dícese del hijo nacido fuera de matrimonio o ilegítimo de padre desconocido.

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Desvarío
(De desvariar).
1. m. Dicho o hecho fuera de concierto.
2. m. Accidente, que sobreviene a algunos enfermos, de perder la razón y delirar.
3. m. Monstruosidad, cosa que sale del orden regular y común de la naturaleza.
4. m. Desigualdad, inconstancia y capricho.
5. m. ant. Desunión, división, disensión.

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Prófugo, ga.
(Del lat. profŭgus).
1. adj. Dicho de una persona: Que anda huyendo, principalmente de la justicia o de otra autoridad legítima. U. t. c. s.
2. m. Mozo que se ausenta o se oculta para eludir el servicio militar.

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Estoril
EstorilLa Costa de Estoril está cerca de Lisboa, la capital de Portugal. Empieza a 25 kilómetros de dicha ciudad, en Carcavelos y llega hasta Guincho.

Estoril es una parroquia de Cascais, en el distrito de Lisboa. Fue lugar de residencia de Don Juan de Borbón y de su familia, así como lugar de exilio del militar y regente húngaro Miklós Horthy, del rey Humberto II de Italia y de Carlos II de Rumania.

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Everest
El Monte Everest es la montaña más alta de la Tierra, con 8.844 msnm. Está localizada en el Himalaya, en el continente asiático, y marca la frontera entre Nepal y China. En Nepal es llamado Sagarmatha (la frente del cielo) y en China Chomolungma o Qomolangma Feng (madre del universo). La montaña fue nombrada Everest en honor de Sir George Everest, británico, topógrafo general de la India, en 1865.

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La virgen de la Soledad
La aparición de la Soledad no sigue el esquema clásico pastoril. No sucede aquí como en muchos lugares, en donde la leyenda y la tradición se entremezclan. Los elegidos fueron hombres, fervientes católicos que se hallaban en Badajoz. El nombre del protagonista humano fue: D. Francisco Tutavila y de Tufo, quien propuso el culto de la Virgen.

Concretamente el 1660, el Capitán General de la plaza militar y Duque de San Germán, reunió en su palacio a algunos caballeros, militares y políticos, quienes deciden encargar una imagen de la Soledad a Barcelona. No encontrando el imaginero deseado, a instancia del promotor lo encuentran en Nápoles. Pronto se construyó su propia ermita. “Se consiguió muy pronto la construcción de casa y Ermita dentro de sus muros de que se dio la más verdadera afectuosa y cordial posesión a su Dueña legitima la Santísima Virgen de la Soleda, que no debió llamarse tal desde aquel momento por la asistencia y continuada Corte que la hacen sus tiernos devotos”.

En s. XVII es centro mariano de gran devoción en Badajoz, a pesar de las continuas guerras fronterizas con Portugal. Ntra. Sra. De Bótoa y Ntra. Sra. De las Virtudes y Buen Suceso, que se habían incorporado recientemente a la devoción popular pacense, declinan en Ella el patronazgo sobre la ciudad.

Aparte de los méritos personales, D. Francisco fue un ferviente devoto de la Virgen, proveniente de viejos Cristianos y no de judíos, moros o conversos.

Otras obras testimoniales prestigien su fe, siendo insigne bienhechor de la Capilla Mayor del colegio de la Compañía de Jesús y del camarín de la Virgen y dorado del retablo del Convento de Santa Ana. Al mismo tiempo su esposa bordó, con sus propias manos, un vestido de terciopelo de color verde y oro enriquecido con una tiara de perlas auténticas para la Señora.

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Nota:
Este material es sacado de diferentes fuentes.Dado que se "publica" en la informalidad de un "post", y solo como mero ejercicio sin afán de ir más allá, aquellas son omitidas, pero de ninguna manera pretendo asumir la autoría de los textos, soy un mero compilador.

1 comentario:

Roo dijo...

Me encantaría saber más de la historia de Abelardo y Eloisa, cuantos años tendrán ahora? Se acordarán de ese episodio?