jueves, 23 de junio de 2011

En el Zócalo.

Cual virgen jovenzuela azteca escapando para no ser sacrificada a un dios astral, ella, algunos siglos después atravesaba corriendo el Zócalo. Corría rápido y despreocupadamente. Su prisa era merecida. Se trataba de una jovenzuela a punto de entregar su femineidad por primera vez. Su acompañante solamente trataba de seguirle el paso. Cosas del destino, antes las vírgenes corrían escapando del sacrificio. Hoy día las vírgenes corren para ser sacrificadas. Cosas del destino, algunos años después pasaría de ser una jovenzuela a ser una mujer con el mismo sufijo. Corrían. No. Corrían. La interminable plaza no acababa. No se sabe si por descuido o por nerviosismo cayose. ¡Zácataz! Cae en el Zócalo. Él, un soquete, la miró. Su mirada tenía una mezcla de lascivia, de desdén y ahora de impaciencia, pues ella cae en un charco de agua y se moja. Él no sabe que decir ni que hacer, pues la gente los mira. Siente una culpabilidad extraña. Se siente juzgado por todos, especialmente por el sol. Algunos siglos ha, el astro rey hubiera probado el néctar de la doncella. Hoy le tocaba la gloria a este inexperto mortal. ¡Gloria se llamaba ella también! La mira nuevamente. Saca fuerzas de su interior y le dice: “¡Zóquele! ¡Séquese! Seguimos en el Zócalo. Saquémonos las ganas…”

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